Allí no creció la hierba

Recuerdo el encuentro con el editor en Barcelona. Me había escritó un día, que quería hablarme de un proyecto y yo, siempre sumergida entre palabras ajenas, no hallaba un momento para acercarme a Pontevedra. LÍBER era el punto de reunión posible más próximo. Las cafeterías de los palacios de ferias y congresos son lugares desangelados donde se llevan a cabo transacciones de miles de millones de euros y también de céntimos de una cultura pequeña que corre a lo largo y ancho del planeta. Otro día hablo del planeta, del nuestro. El café, menos mal, era bueno y el editor me puso al tanto de los preámbulos de cuatro lunas, un sello en avanzado estado de gestación. Justo antes de que nos despidiéramos me preguntó si sabía de alguna obra que pudiera encajar en él. Había llevado de lectura para el viaje lo que me parecía, hasta el momento, una gran y exquisita novela breve, de lo mejorcito que había leído en gallego contemporáneo, de modo que la respuesta vino sola. Prometí terminarla y darle, entonces, una opinión fundada. Cuando regresé a casa después de que se dignasen a dejarme embarcar en el último avión que he decidido coger en vida, por lo menos dentro de la península esta, y tras finalizar la lectura, le envié fotos de las primeras páginas del libro a modo de señuelo y unas pocas frases mías, suficientes para animarlo a hincarle el diente. Días después ejercí de alcahueta entre Xosé Ballesteros y Brais Lamela. Puente tendido, me olvidé del asunto, pues suponía que el autor de Ninguén queda, como tantos otros escritores gallegos, preferiría traducirse a castellano. No fue así. Lamela me cedió esa honra y os digo que no hay otro autor (vivo ni muerto) de los que he ido traduciendo con el que haya trabajado más a gusto. Dejo constancia aquí, en mi casa, en voz alta.

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Por ello, cuando el 28 de abril supe que le habían concedido el Premio Nacional de la Crítica de Narrativa en Lengua Gallega, sentí el mismo subidón que si me lo hubieran dado a mí, la alegría compartida de una apuesta segura. En ese momento la traducción ya estaba en imprenta y, previa presentación de cuatro lunas en la Residencia de Estudiantes madrileña, con el piano de Lorca ―poeta andaluz, pero también gallego y neoyorquino, cantor mundial de los buenos y generosos― al fondo, saldría a la luz con la fiesta de nuestras Letras, el 17 de mayo.

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