El clic de una cámara fotográfica en 1949 pone en marcha el engranaje ciego de sucesos que van operando a lo largo de los años y culminan, talvez, en 2004 allende el Atlántico, en un estruendo que hay que silenciar y en un estrépito involuntario. En esta historia inverosímil y real a partes desiguales se nos revela, como la imagen que se forma poco a poco en la cubeta de una cámara oscura alumbrada por una tenue lámpara del color de la sangre, que somos efímeros actores del presente y peones del pasado, movidos por los hilos que maneja quién sabe si el demonio o la genética, y abocados a precipitarse a la nada que es el futuro.
La isla de Aruba, Rotterdam y Galicia son los escenarios sobre los que van planeando nubarrones de misterios en los que se contiene el el verde de un mar revuelto heredado y que cundo revientan solo dispersan tinieblas y más tinieblas.
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