Espíritu de equipo

«―¡Misha! ¡Apártate de esa ventana, pero ya! ―me ordena mamá desde la cocina.
No le hago ni caso. No puedo. Uno no tiene ocasión de ver todos los días desfilar un ejército entero por delante de su edificio.
Primero pasaron los tanques. La tira de ellos. Las orugas que chirrían, el cañón que apunta al frente. Y después las motos con sidecar. Me encantaría montar en una. Con un nazi no, claro. Con papá, sin duda.
Lo que pasa es que sigue en Londres, no hay derecho. Mamá está aquí, pero no es lo mismo, porque no se va a poner ella a conducir una motocicleta. Ha estado conmigo junto a la ventana unos minutos. Me ha puesto la mano en el hombro y ha cogido aliento, como si se preparase para sumergirse en un lago muy, muy profundo. Luego ha puesto mala cara y se ha ido.»