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Vilar de Rei: un villorrio sin definición que no es pueblo ni aldea deja caer los tejados mugrientos por la falda seca de un monte. Tiene la tristeza de muchos grandes pueblos aurienses, atravesados por el balar de las cabras, duramente mediterráneos, derruidos. Se levantan antiguas paredes de adobe con voladizo de madera y balcón corrido y flanquean callejas de empedrado medieval, roído por el diente constante de los carros. Y un clamor universal levantan las gallinas en las grandes siestas del mes de julio. Lo demás es boñigas, hambre. Hambre en el hogar de los célebres maestros zapateros, de los almadreñeros, cuando la mercancía producida en los talleres familiares recorre a lomos de burro los mercados de muchos kilómetros a la redonda y vuelve al pueblo sin haber sido comprada por los mermados campesinos en crisis.
Las sombrías grietas de la tiranía