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El secreto de Milling
- Infantil e xuvenil
·
- Castelán
Una cosa es conquistar un territorio y otra muy distinta conservarlo. Aquel verano, mientras mi padre patrullaba por la frontera sur, mi madre, Mia y yo nos encargábamos del norte. Marcar territorio siempre me pareció divertido. Me encantaba afilar las uñas en los árboles. Cuando labraba un tronco con las garras delanteras, saltaban trozos de corteza y me entraba por la nariz el olor a resina fresca y a agujas de pino.
«Muy bien. Apártate un poco, anda», me dijo mi madre después de una mirada crítica.
Luego dejó un gran charco amarillo que era como si les dijese a otros pumas: «Lárgate, que aquí vivo yo».
«¿Puedo? Verás que chorretón le suelto al árbol», le pedí.
Nimca me miró estremeciendo los bigotes.
«¿No pretenderás que los pumas vecinos crean que quien defiende este territorio es un cachorro? Dentro de unos días los tendríamos a todos aquí merodeando».
«Tienes razón», reconocí.