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Los sedimentos de la contemporaneidad
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Nuestra pareja ha conocido «Florence» dos décadas después de su lanzamiento, gracias a una emisora de melodías de ayer ―emisora de hombres dicharacheros de mediana edad, con sobrepeso audible, que van de manga corta incluso en pleno invierno, capaces de presentar las canciones más fantasmagóricas como si no percibieran la extravagancia y sin parar de soltar, antes y después, banalidades. La armonización vocal se convirtió en «melodía de ayer» en 1959, cuando todavía coleaba, un entierro prematuro y, no obstante, fenómeno que permitió que discos que cuando eran nuevos habían vendido cien copias en el Bronx se conocieran de pronto en todo el país y se convirtieran en éxitos fantasma unos años después. «Florence», sin embargo, se salta el formato con su pasmosa extravagancia. El piano, los gemidos, el falsete lúgubre: ni que fuera marciana. «Oh, Florence, eres un ángel, de un mundo superior», delira el cantante en un registro de gañido perruno, símbolo de la pureza e intensidad de su pasión, mientras una corriente de viento ártico atraviesa cualquier sala donde la canción suene.